La arquitectura ha tenido siempre la capacidad de mostrarse como evidencia tangible de la historia. Puede considerarse un claro narrador del contexto religioso, político y socioeconómico de cada país; testigo y víctima de guerras y masacres con el paso de los años; y en ocasiones ha tomado el papel de monumento para recordar acontecimientos de su entorno. Pero cuando todo aquello que desea recordarse cuenta con una ambigüedad tan fuerte que su función termina por ser la de olvidar, su estética cambia a un tono más neutral, abstracto y puramente simbólico. Este es el caso de los monumentos olvidados de la ex-república de Yugoslavia.
Construidos entre 1960 y 1970, fueron comisionados por Josep Broz “Tito” a escultores y arquitectos para conmemorar lugares donde habían ocurrido batallas importantes o existían campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, que pudieran traducir la victoria contra el opresor ejército Nazi; sin embargo, al mismo tiempo de estos acontecimientos, el país atravesó por una crisis de guerra civil que le daba una dualidad al contexto, por lo que estos monumentos debían simbolizar más una Yugoslavia unida y fuerte, sin necesariamente utilizar bustos de personajes militares o políticos que fueran un recordatorio literal y parcial. Se erigieron como monumentos sin tonos heroicos, como promesas de un mejor futuro para la república socialista, y que finalmente ayudarían a suavizar los conflictos internos anteriores. Se convirtieron entonces en monumentos del olvido en lugar de ser constantes recordatorios de la historia. Todas las formas se encontraban en parques nacionales y lugares alejados esparcidos en lo que ahora son Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia y Serbia, entre otros, y fueron construidos, en gran parte, de materiales tan sólidos como el concreto armado y el acero, con diseños completamente abstractos que encajaban en el concepto futurista que se tenía en los 60, y que contrastan con el paisaje, en su mayoría, desolado. Para la década de los 80 se habían convertido en lugares turísticos, donde eran contemplados más por sus formas y dimensiones que por su representación real.
Con la disolución de Yugoslavia a principios de los 90, el resurgimiento de las guerras civiles, así como el odio oculto por el sistema socialista, gran parte de estos monumentos fueron derrumbados, vandalizados o, en el mejor de los casos, olvidados y dejados a merced de la naturaleza. Los pocos que quedan aún en pie se mantienen como un recordatorio del partido socialista, y quizá así, con su corrosión y rastros de humedad en sus estructuras, ya no se muestran como las esculturas frías y abstractas, sino como un recordatorio más efectivo y humano que parece realmente vivir la dualidad entre la grandeza que trató simular el socialismo y a su vez dolerse de los actos ocurridos donde ahora se encuentran, mostrándose finalmente como monumentos de lo que fueron las distintas luchas de un país.
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