En 1916, en el New York Times se publicó una carta al editor en relación con los ruidos al interior de la sala de cine. En el siguiente fragmento se encapsulan muchas de las sensaciones de la experiencia de ir al cine hoy en día.
Es realmente una vergüenza... tanto tiempo, pensamiento y dinero en estas espléndidas producciones de nuestros teatros de Nueva York para tener todo el efecto arruinado por los “enemigos” incultos de su propia casa. El acomodador promedio cree que la sala de cine es su palacio privado, y que la audiencia son sus damas de honor y sus humildes sirvientes y pensionistas.
El hombre que escribió esta carta se refería al comportamiento de los trabajadores del cine, pero es evidente que cualquier acción ruidosa por parte del público también la repudiaría.
Los ruidos y las distracciones visuales al interior de una sala cinematográfica han sido un problema desde las primeras proyecciones a principios del siglo XX. En 1912, conscientes de esta incomodidad, los neoyorquinos John D. Scott y Edward Van Altena crearon una propuesta visual cuya intención era instruir a los espectadores para que respetaran normas básicas de convivencia siguiendo un sencillo protocolo de buen comportamiento.
Señoritas, amablemente quítense sus sombreros.
Por favor, aplaudir sólo con las manos.
Señorita, ¿le gustaría sentarse detrás del sombrero que usted está usando?
Hablar en voz alta o silbar no está permitido.
Sea tan amable de permanecer sentado.
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