A más de cien años de su nacimiento, con este texto recordamos al actor, al torero, al empresario y al hombre que, con su cigarrillo, los ralos bigotes y la inconfundible manera de hablar, cinceló en la memoria de millones de personas el nombre de Cantinflas.
El niño Fortino Mario Alfonso, cuarto de ocho hijos de los Moreno Reyes, se despierta, como cada mañana, para ir a la escuela. No se le da mucho el estudio, pero es popular y con frecuencia convence a sus amigos para irse de pinta. Su infancia se desarrolla en la colonia Guerrero; sueña que va a ser rico, que va a viajar, que va a conquistar a las muchachas, pero aún no sabe cómo.
Pasan los años y el adolescente Mario, alias «el Chato» Moreno, tiene sus primeros empleos: ayudante de escribano, recogedor de pelotas de tenis, asistente
en la oficina de Correos de México, donde trabaja su padre. Le gusta bailar y boxear. Se empieza a entrenar en este deporte, pero siempre acaba en la lona, así
que lo deja. Por las noches asiste a las funciones en las carpas, donde los cómicos y las bailarinas hacen felices a los espectadores. Mario quiere formar parte de este mundo. Ingresa en él como bailarín, asciende a actor sustituto y termina trabajando a diario, a escondidas de sus padres, muy maquillado para que no lo descubran. Inevitablemente se dan cuenta, y a disgusto, aceptan que el muchacho se dedique a este —para ellos— poco honroso empleo.
Él habla para no decir, los demás escuchan para no entender. Carlos Monsiváis
A finales de los años 20 surge «Cantinflitas», un payaso-peladito[1] que resulta muy popular en las carpas citadinas. Es un muchacho flaquillo y desgarbado,
de pantalón caído hasta media nalga, un arrugado sombrerito, la cara pintada a la usanza de aquellos
foros, y demás andrajos. Se nota que está inspirado en Chupamirto, personaje creado por Jesús Acosta Cabrera para el periódico El Universal. Dicen que Cantinflas nació porque alguien le gritó a su creador: «¡Cuánto inflas!». No es así pues —según ese señor Moreno que encarna al peladito— a él se le ocurrió el nombre y el vestuario de su personaje, tanto que se lo apropió para convertirlo casi en un símbolo nacional. El payaso «Cantinflitas» crece y se convierte en Cantinflas.
La justicia llega, tarde, pero llega. Lo que pasa es que, como es ciega, no sabe por dónde nada. Cantinflas
Mario es feliz en el ambiente un tanto miserable de
la carpa, hace giras y su Cantinflas le gusta al público. Trabaja en la capital y en la provincia: la Pagola, de Xalapa; el Salón Sotelo, de Azcapotzalco; el Salón Mayab y el Teatro-Salón Valentina, donde se enamora de la mujer que se convertirá en su esposa: la inmigrante rusa Valentina Ivanova, su «Valita», cuñada de Estanislao Schilinsky. Ante su éxito en las carpas, la gente de teatro se fija en él. El empresario José Furstemberg lo contrata para inaugurar el Follies Bergere, en Garibaldi. Al igual que la carpa, el recinto se llena para verlo.
Cantinflas ha evolucionado. Ha hecho suyo el estilo de hablar y hablar sin decir nada. El maquillaje sigue siendo excesivo, pero más tendiente a peladito que a payaso. En sussketches utiliza una expresión que se asociará al personaje para la posteridad: «el detalle», que entre los peladitos es la mariguana, pero para Cantinflas puede ser muchas cosas: una situación, una novia, un problema. Los cómicos que lo acompañan en el teatro —Manuel Medel, Schilinsky, entre otros—, aunque son muy buenos, no logran el éxito de Cantinflas, que está a punto de pasar a las ligas mayores de la artisteada: el cine.
¿Qué diferencia hay? Una señora, después de todo, es una señorita… después de todo. Cantinflas
Los años de pobreza —que no de miseria— de la familia Moreno Reyes han quedado atrás. Mario gana un buen sueldo y les regala un carro a sus papás. Él se compra su propio Cadillac y una casa en la colonia Clavería, donde vive con su mujer y sus suegros. A finales de los años 30, se asocia con el libanés Santiago Reachi y el judío Jacques Gelman para producir sus películas. Forma un sólido equipo de trabajo encabezado por su eterno director, Miguel M. Delgado, y se gana un sitio en la llamada Época de Oro del cine nacional.
Lleva usted dos minutos hablando y no ha dicho nada. ¿Qué fue lo que pasó?
Cantinflas y su arte. Su primera película es No te engañes corazón (1936), en la que tiene dos o tres escenas junto a otro cómico famoso de la época: Marcelo Chávez «Don Catarino». El recibimiento de Cantinflas es tibio, quizá porque no aparece con su indumentaria típica, sino con bombín y tremendo corbatón.
Fragmento de la película No te engañes corazón:
Pero llega el año de 1940, y con él, el gran estreno de la película que lo hará famoso:Ahí está el detalle. En esta cinta aparece en su personaje, tal como lo ha hecho en carpas y teatros. Del maquillaje extremo de los primeros tiempos quedan los bigotitos incipientes y la barba de tres días, el sombrero maltrecho, los pantalones rotos y aguados a la cadera, el hilacho al que pomposamente llama «gabardina» y los toscos zapatones. Cantinflas brilla, la crítica lo aclama y los cines se saturan durante meses para ver esta cinta, considerada una de las mejores en la historia de la pantalla grande en México.
Fragmento de la película Ahí está el detalle:
Mario Moreno no es Cantinflas. Es el actor que ha creado «el personaje», el empresario que ha ganado una fortuna, un hombre severo que gusta del lujo, que tiene un inmenso guardarropa de la mejor calidad, casas suntuosas y extensas propiedades, es un hombre influyente que destina grandes cantidades de dinero
a obras de caridad. Mario Moreno no sonríe. Los admiradores corren a pedirle autógrafos a su artista favorito, creen que les hablará como Cantinflas y les hará bromas, pero se encuentran con un tipo serio, con los pantalones bien fajados, sin el bigotito de partido de futbol —once de cada lado— y con una gabardina de verdad. Firma sin entrar «en confiancitas».
Usted tiene un punto de vista y yo tengo otro, como quien dice, estamos contrapuntedos. Cantinflas
Bajo el amparo de su propia casa productora —la posa Films, fundada en 1939— Cantinflas trabaja sin descanso, filma y estrena una película por año: Ni sangre ni arena (1941), donde hace ostentación de sus habilidades toreras; El gendarme desconocido (1941), una de las más aclamadas, tanto por el pueblo como por la crítica especializada; El circo (1942), homenaje o imitación del gran Chaplin; dos adaptaciones de clásicos de la literatura universal: Los tres mosqueteros (1942) yRomeo y Julieta (1943), que la gente acude a ver gustosa, aunque a los críticos de cine les parecen francamente malas.
Pero esto no altera a Cantinflas que, en medio de una terrible crisis que atraviesa el cine mexicano, es de los pocos personajes que llenan las salas cinematográficas durante meses, mientras su creador se embolsa millones de pesos en ganancias.
Escenas de la película Los tres mosqueteros:
En su rol de empresario, Mario viaja a Europa. A su regreso, monta un espectáculo teatral titulado Bonjour Mexique, que incluye —¡oh, escándalo!— un desnudo total femenino. Sin embargo, el caro montaje no reditúa ganancias y Mario Moreno no volvería a subirse a las tablas, a excepción de una corta temporada de la obra Yo Colónen 1953, para estrenar el novedoso Teatro de los Insurgentes.
Cantinflas torea. Es el torero cómico más asediado del ambiente taurino. Su entendimiento con el astado es extraordinario: lo mira, le platica, lo acaricia, le hace algunos pases, lo tumba y se recarga en él para dormir o leer el periódico. Por último, «lo mata» dándole a oler el zapato. La gente aplaude extasiada ante este dominio del peladito sobre la bestia.
Cantinflas toreando:
Mario Moreno es una figura pública, un hombre exitoso que despierta pasiones. Se le achacan muchos romances, siempre con rubias, que son su especialidad. Corre el rumor de que Miroslava Stern se suicidó por él,[2] pero se acalla para no arruinar su reputación de hombre felizmente casado. Tiene amigos poderosos, con los que juega frontenis en su casa; sale en la radio, en la televisión; es líder de la Asociación Nacional de Actores —ANDA— junto con Jorge Negrete y Gabriel Figueroa; es fundador de la Casa del Actor, asilo para artistas jubilados. En 1959 compra un semental y varias vacas para fundar la ganadería Moreno Reyes Hermanos.
Nuevas cintas de Cantinflas llenan los cines: la divertida Gran HOTEL (1944), donde trabaja de botones aunque siempre quejándose de que tiene que trabajar; Un día con el diablo (1945), donde —en tiempos de guerra— visita el Infierno en compañía de un diabólico Andrés Soler; Soy un prófugo (1946), con el comediante Daniel «Chino» Herrera y la rubia Emilia Guiú; otra hermosa rubia —Miroslava— es su pareja en ¡A volar joven! (1947).
—¿Qué no ha pensado en casarse? / —Viera que nunca he tenido malos pensamientos.
Lentamente, Cantinflas evoluciona. Va dejando de ser el peladito para convertirse en un personaje pobre, pero que trabaja, a quien las cosas le salen bien y de vez en cuando se queda con la «changuita». En El supersabio (1948) es asistente de un anciano científico que —no sin cierta cursilería— busca alargar la vida de las rosas; en Puerta, joven (1949) es un portero de vecindad medio desobligado, pero con corazón de oro; en El bombero atómico (1950) adopta y defiende a su pequeña ahijada; en Si yo fuera diputado (1951), de peluquero asciende a
un cargo de elección popular. La Columbia Pictures distribuye sus cintas. Muy pronto, Hollywood pondrá los ojos en él.
Discurso de Cantinflas en la película Si yo fuera diputado:
Mario Moreno, como actor, sindicalista, filántropo
o simplemente, como hombre distinguido, recibe
una montaña de premios y reconocimientos: llaves de varias ciudades, medallas, diplomas, nombramientos. Cantinflas actúa en Hollywood y Mario se hace amigo de estrellas internacionales. Se opera la cara. Posa junto a David Niven, Kim Novak, Liz Taylor y Anthony Quinn. El presidente Lyndon B. Johnson lo invita a hospedarse en la Casa Blanca y le lleva el desayuno a la cama. Le llama cariñosamente «Pepe».
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