El documental venezolano “El silencio de las moscas” ganó la Mención Especial del Jurado en el 16° Havana Film Festival New York y recorre tres competiciones internacionales este mes. Su director, Eliezer Arias, conversó con el CNAC.
En “El silencio de las moscas”, Marcelina y Mercedes comparten el dolor de haber perdido a sus hijas adolescentes. Ambas jóvenes se suicidaron -por coincidencia- a la misma edad, el mismo año. Como estos casos, muchos otros han acontecido en la región de los páramos de Mérida, en Los Andes venezolanos.
El director Eliezer Arias identificó estas historias y las encontró, a través de la gran pantalla, como bálsamo para exponer respuestas a las pérdidas humanas sin sentido, más allá de los alarmantes datos estadísticos que reflejan las muertes, superando la tasa de suicidio de Japón, y 10 veces más que el resto de Venezuela.
Desde el sur de España, Arias conversó con el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía y desnudó la creación de su documental, que ganó la Mención Especial del Jurado en el 16° Havana Film Festival New York, la noche del 17 de abril, y conquistó el galardón ‘Havana Star’ para Venezuela en ‘La Gran Manzana’. También recorre competencias como el Chicago Latino International Film Festival, de Estados Unidos, y el 7º Etnofilm Festival en Rovinj, Croacia. El largometraje se estrena en Venezuela el 13 de noviembre.
–¿Cómo nació su interés por llevar a la gran pantalla este sensible tema que embarga a la comunidad andina venezolana?
Surgió de una manera muy orgánica. Tenía más de 10 años, por decir, “pateando la zona”, haciendo investigación etnográfica en los valles andinos y era cada vez más frecuente escuchar sobre casos de suicidios. Estoy hablando de finales de la década de los años 90, cuando este fenómeno comenzó a ocurrir con mayor frecuencia y me encontraba realizando mi tesis doctoral en la zona.
–¿Específicamente en qué zona de Los Andes se desarrolla la historia?
En la comunidad de Pueblo Llano, un valle alto andino de la zona de los páramos de Mérida. Sin embargo, el fenómeno cada día se extiende mas a otras comunidades de esa zona. Por ello, parte de la historia también se localiza en Mucuchíes. En la película no se identifican las comunidades por su nombre. Parte de esta decisión fue evitar crear una especie de mito o estigma sobre ellas. La idea inicial del proyecto abordaba cinco historias en cinco zonas rurales de América Latina, donde identifiqué un fenómeno parecido.
–¿De qué manera ‘el silencio’ es un rasgo significativo de esta zona agrícola?
El silencio es una especie de metáfora de cómo las personas en la comunidad conviven con su cotidianidad. Así como las moscas se han convertido en parte del paisaje, los suicidios también lo son, y la gente parece haberse acostumbrado a ello.
–¿Tuvo dificultades para que Marcelina y Mercedes accedieran a narrar con detalles su tragedia familiar?
La intuición y la casualidad me llevó a encontrar las historias de Mercedes y Marcelina. En el caso de Mercedes, esperé casi un año antes de recibir su aprobación. Su interés en participar era poder entender qué pasó realmente con su hija: María José, qué la llevo a suicidarse con solo 16 años. En el caso de Marcelina, ella ya me conocía de mis visitas anteriores a Pueblo Llano, y aunque fue menos complicado en darme acceso a su historia, sus pérdidas han sido dobles. No solo se suicido su hija Nancy, con solo 16 años, al igual que María José, sino años atrás su marido, y además, su otra hija embarazada de solo 15 años, lo intentó sin éxito. La película se convirtió, después de dos años de rodaje, en una manera de hacernos compañía y en cierta manera de curación para ellas.
–¿Cómo describe la experiencia que sintió en esta comunidad agrícola?, ¿Cuál es la esencia de esa zona rural?
Algo que siempre me desconcertó fue esa especie de estoicismo que parecía prevalecer en muchos de los familiares entrevistados. La actitud de Mercedes es más parecida a lo que uno esperaría de una madre que ha perdido a su hija. Pero, en el caso de las otras historias, parece existir una forma de confrontar la muerte, que a simple vista podría parecer de indiferencia ante la tragedia. Es algo donde muchos de nosotros, tal vez no estemos preparados para entender, o tal vez sí. Parece que tendemos a normalizar lo que parece inevitable.
–¿Cómo transcurrió la investigación de esta tendencia suicida adolescente en el lugar?
Lo primero fue identificar si las cifras eran de la magnitud de lo que me comentaban mis informantes. Hicimos una especie de arqueología de los datos que pudieran reportar estas muertes: los informes de defunción del hospital del pueblo, las actas de defunción de la prefectura, entrevistas, datos del CICPC. Cruzando esos datos, surgieron tasas de suicidio que eran 10 veces más altas que las de Caracas y todo el país, y duplicaban, por ejemplo, las tasas de Japón. A partir de este hallazgo y de la data de los suicidados, visitamos a cada familiar y se le aplicó un cuestionario que se conoce como autopsia psicológica, basado en un protocolo de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
–Los suicidios, en el resultado de su investigación, ¿se remiten netamente a la soledad y el aislamiento de la comunidad con respecto a la sociedad urbana o las causas varían ampliamente?
La ‘nueva ruralidad’ ha impactado significativamente sobre los jóvenes que las habitan, quienes se encuentran atrapados entre unas normas e instituciones sociales de comportamiento que no han cambiado del todo. El machismo, el estigma, la sexualidad precoz, el fanatismo religioso, entre otras, conviven con una dinámica sociocultural marcada por la globalización que ha alcanzado hasta el mínimo rincón del planeta, y que ha homogeneizado a parte de la juventud. Pero como tú mismo planteas, las causas de los suicidios pueden ser múltiples y tal vez casi todas confluyeron en estas localidades. Hay también otros factores locales, vinculados a un desarrollo agrícola que trajo un boom económico brusco y que creó expectativas económicas y ascenso social que no se sostuvieron en el tiempo, y que ahora está pasando factura, sobre todo en los hombres jóvenes. Además, se une el efecto contaminante del uso irracional y continuo, por decádas, de agroquímicos y que ciertos estudios, a nivel internacional, correlacionan con efectos depresivos, siendo un factor importante y explicativo.
–¿Qué encontrarán los cinéfilos venezolanos en ‘El silencio de las moscas’?
En lo visual, a través del lente de Gerard Uzcátegui, se encontrarán con unas imágenes que parecen volar, como levitando. En lo sonoro, gracias a David De Luca, unas voces en off de los personajes que relatan, en algunos casos impasibles, en otros incrédulos sobre lo que sucedió. Una música original del pianista Leo Blanco y un diseño sonoro que puede ser claustrofóbico, pero sin saturar. El montaje de Charles Martínez, quien fue mi mano derecha en este proyecto, logra hacer fluir las historias de manera genial.
–¿Cuáles son sus próximos proyectos de cine?
Estoy actualmente en la etapa de investigación y desarrollo temprano de una película de no-ficción, un híbrido entre diario de viaje y falso documental. En ella buscaré seguir la temática de la pérdida, el duelo y la dualidad ausencia-presencia. Los espacios serán: el sur de España, donde resido actualmente; Caracas, donde volveré; y, finalmente, la búsqueda de un personaje enigmático que me llevará a una pequeña isla en medio de esa selva densa que cubre la frontera entre Venezuela y el Esequibo Guayanés. Será un documental muy de suspenso
fuente: http://www.cnac.gob.ve/
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